Pues bien, según dichos estudios, una de las mayores diferencias que existe entre ambos tipos de dietas es el consumo de soja y sus productos derivados. Se comprobó que la dieta occidental proporciona menos de 5 mg de isoflavonas al día (entre otros componentes, la soja destaca por su contenido en isoflavonas). Sin embargo, la alimentación de los países asiáticos proporciona 40-50 mg/día y la de Japón, 200 mg/día. A partir de estos hallazgos se realizaron diversas investigaciones que relacionaron las bajas concentraciones de estos compuestos con una mayor incidencia de las enfermedades anteriormente citadas. Dado el factor hormonal de dichas enfermedades, se atribuye el efecto protector de la dieta oriental frente a ellas a las isoflavonas de la soja, que poseen una débil actividad estrogénica.
Aunque la actividad estrogénica débil de los fitoestrógenos es la acción más conocida de estos compuestos, diferentes estudios han demostrado que estas moléculas también están dotadas de acción antioxidante, antiangiogénica, antiproliferativa e inhibidora de ciertas enzimas que desempeñan un papel importante en la tumorogénesis. Los estudios epidemiológicos mencionados, además de mostrar que la incidencia de cáncer de mama es bastante menor en las mujeres orientales que en las occidentales, también revelan que en el caso de que una mujer asiática padezca este tipo de enfermedad, ésta suele dar lugar a menor metástasis, por lo que presenta un mejor pronóstico que en el caso de las mujeres occidentales. Por este motivo, una dieta rica en fitoestrógenos de la soja se asocia con una mayor protección ante esta enfermedad. Lo mismo ocurre en el caso del cáncer de endometrio y de próstata en el varón. Aunque los ensayos clínicos sobre los posibles efectos de los fitoestrógenos son muy escasos y no concluyentes, se sabe que en el caso del cáncer de mama y endometrio la actividad estrogénica antagonista de las isoflavonas puede reducir la respuesta a los estrógenos y, por tanto, su capacidad de estimular de manera demasiado prolongada el crecimiento de las células de los tejidos afectados. Sin embargo, en mujeres con antecedentes de cáncer de mama está desaconsejado el uso de estos compuestos porque algunos estudios preclínicos han mostrado que puede existir riesgo al utilizar altas dosis de fitoestrógenos durante períodos de tiempo prolongados.
Otros estudios epidemiológicos revelan la existencia de tasas más bajas de enfermedad cardiovascular en los países orientales que en los occidentales, atribuyendo a la dieta rica en fitoestrógenos esta protección. Sin embargo, este hecho también podría ser debido a que la dieta oriental conlleva una menor ingesta de grasa saturada respecto de la occidental, lo que puede dar lugar a unos niveles de colesterol más bajos. Aparte de su capacidad para inhibir la agregación plaquetaria y de su actividad directa a nivel vascular, se considera que la contribución de las isoflavonas de la soja en la disminución del riesgo cardiovascular puede ser debida a su capacidad para modificar el perfil lipídico y a su poder antioxidante. Respecto a la inhibición de la agregación plaquetaria, las isoflavonas (en especial la genisteína) actúan impidiendo la formación de trombina en la placa ateroesclerótica. A nivel vascular, la mayoría de los estudios, realizados en primates, han mostrado un efecto similar al del estradiol. En consecuencia, se considera que los fitoestrógenos de la soja posiblemente ejercen un efecto protector sobre el endotelio vascular, sobre todo en hombres.